Lentamente, mi caliente y sudorosa epidermis se aferró firmemente al cristal impío del hexagonal recipiente. Una sensación de ligereza, junto a un extraño sentimiento de impotencia liberó mis músculos, que se contraín levemente para disminuir la distancia entre el hagua y mis extenuados labios. Un rápido impulso nervioso recorrió mi médula espinal, transmitiendo a mi cerebro la orden de acercar cada vez más estos dos amantes inquietos que, lejanos el uno del otro, luchaban por encontrarse. El brazo aferraba cada vez más fuertemente el vaso, cada vez más tirante y emocionado, más cerca del objetivo, fué cuando rozó el cristal mis labios que por fin sentí la satisfacción de haber cumplido una vez más, las trabas que pone la vida en nuestro cotidiano movimiento y evolución.
Y en pocos días... ¡Cómo destapo una botella de